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Sólo CRISTO salva

y con Francisco de Asís

Mateo 9,12:
Al oír El esto, dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos

Estimado Andrés: Me cuentas el dolor que te causa no poder comulgar. Estás "excomulgado de hecho" por tu condición de "católico divorciado vuelto a casar". Así llevas muchos años y, a veces, la culpabilidad te corroe las entrañas. Quieres ser fiel a la doctrina de la Iglesia y no ves salida. Esa doctrina te obliga a permanecer apartado de la Comunión y te anima -farisaica paradoja- a vivir en comunión...

 En tiempos de Jesús hubo un leproso que desafió la prohibición y se acercó a Jesús, porque sabía que sólo Jesús podía darle la salud y la paz. Esto no significa que yo recomiende hacer lo mismo, y contravenir la sabiduría probada de la Iglesia.

 Pero sí me resulta un gran conflicto dar un consejo que sea concorde a la Iglesia y concorde a la paz interior e inquietud que Dios siembra en cada cristiano.

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La práctica del día a día nos lleva a distinguir dos posturas dentro del divorcio:





1) El divorcio por capricho que empuja a no aguantar lo más mínimo y dar rienda suelta a la satisfacción corporal y sensible. El voluble egoísmo junta y separa. Cuando la pareja es un paso en mi proyecto personal, pero no un proyecto común. Cuando mi pareja no responde a mis expectativas la cambio por otra que se adecúe mejor, como cambio un mueble o la plaza de garaje. Es la tentación de quien quiere cambiar su cincuentona por dos de veinticinco. Éste es el divorcio que condena la Iglesia. Pero no es el caso de la mayoría de católicos de buena voluntad que se ven abocados a una ruptura no deseada.



2) El divorcio por necesidad, para poder seguir viviendo, porque la convivencia con la otra persona es como caminar en direcciones contrarias. ¿Hubo un error de inicio?, ¿Se partió de un desconocimiento real?. Si ya no cabe la unidad ni el  amor verdadero, ni hay compatibilidad, ni consciencia suficiente o se partió de un precipitado fogonazo inconsciente de las obligaciones que se deberían asumir, si hay inmadurez, si no estábamos preparados, ni supimos madurar...

¿Podemos 'condenar' a una persona a permanecer anclado en el "dolor del error" toda la vida? ¿Que rectificación o sanación puede la Iglesia ofrecer a quien cometió un error vital? ¿Se puede pedir a una persona joven que permanezca sólo el resto de su vida?.

Un esbozo de búsqueda de solución:

a.- Partimos de que la Iglesia tiene que tener un criterio para afrontar cada situación, y éste criterio debe responder al conjunto de la enseñanza cristiana.

Y una prioridad en esta enseñanza es la FAMILIA, donde EL y ELLA vivan felices y comprometidos el uno por el otro, -la definición de matrimonio conlleva esta durabilidad de por vida del compromiso del uno por el otro- , para que juntos superen toda dificultad, y en ningún momento uno de ellos resulte abandonado por el otro por haber envejecido, afeado, o las mil cosas que vamos cambiando.

Y también para que EL y ELLA, transformados en PAPÁ y MAMÁ, creen el nido estable y necesario para la educación y felicidad de sus hijos.

La familia ha de estar protegida de la volubilidad del individuo y no pueden ser los hijos los sufridores del poco esfuerzo de reconciliación de sus padres.



 

b.- Sea cual sea mi situación yo tengo derecho y mi situación debe ser compatible con mi búsqueda de una "vida espiritual profunda", aún en contra de la TEÓRICA situación jurídica en que estoy atrapado.

El que esto escribe, cómo párroco de una humilde parroquia, no tengo autoridad para aconsejarte recibir la comunión aunque tu sincera inquietud espiritual así te lo pide.

 Pero sí tengo la disposición para hablar el tema, y buscar el modo de conjugar la comunión con la Iglesia y tu paz interior. 



c.- Como dijo Jesús: 

 "el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27).

Y en el esfuerzo de al Iglesia por construir un camino sano y válido para todos los hombres y mujeres, que garantice el bien a los más débiles sin dejarnos a merced del capricho de los más fuertes, la Iglesia ha instituido normas que vistas aisladamente de la comunidad pueden parecer frías, pero que tienen su razón. 



Y deben tener su adaptación a la realidad de cada persona.

Para eso hay que acudir a la sincera conciencia personal, piloto de la vida concreta de cada uno. Tienes la obligación de buscar la luz que te guíe y alimente. 

"¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Porque estoy persuadido que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8,35).



"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mc 2,17).

La Iglesia debe conjugar una respuesta a la inquietud y fe de cada persona con el criterio óptimo para el bien común.

 

@2013. Todos somos amables a los ojos del Señor.

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