
Del daño a los animales
Hay un aspecto de la histórica encíclica 'Laudatio Si', del papa Francisco, que ha recibido menos atención que su llamamiento en pro de las medidas contra el cambio climático. Este texto representa la declaración más firme jamás hecha por un papa, en un documento tan autorizado como una encíclica, contra el daño a los animales.
La corriente principal del pensamiento cristiano sobre los animales se basa en el Génesis, donde se dice que Dios concedió al hombre el dominio sobre ellos. Santo Tomás de Aquino interpretó ese versículo en el sentido de que no importa cómo trate el hombre a los animales.
Algunos pensadores cristianos intentaron reinterpretar ‘dominio’ como ‘administración’, lo que da a entender que Dios encomendó a la humanidad el cuidado de su creación, pero siguió siendo una concepción minoritaria, propia de los ecologistas.
Ahora Francisco dice que los cristianos “a veces han interpretado incorrectamente las Escrituras” e insiste en que “debemos rechazar enérgicamente la idea de que nuestra creación a imagen y semejanza de Dios y la concesión al hombre del dominio sobre la Tierra justifica una dominación absoluta de otras criaturas”. Según declara, se debe entender nuestro dominio “en el sentido de administración responsable”.
Sobre el telón de fondo de casi 2.000 años de pensamiento católico, se trata de un cambio revolucionario, pero en la encíclica figura otra declaración que podría tener consecuencias de mayor alcance. Apareció originalmente en el Catecismo publicado por Juan Pablo II en 1992 y sentencia que es “contrario a la dignidad humana causar innecesariamente el sufrimiento o la muerte de animales”.
¿Cuándo son ‘innecesarios’ el sufrimiento y la muerte? Si podemos alimentarnos adecuadamente sin comer carne, ¿acaso la compra de la misma no causa innecesariamente la muerte de un animal o contribuye a ella? ¿Acaso la compra de huevos producidos por gallinas que llevan una vida miserable en jaulas no causa innecesariamente su sufrimiento o contribuye a él?
Antes de que el cardenal Ratzinger fuera Benedicto XVI, deploró la “utilización industrial de las criaturas”, como las gallinas, que viven “tan apretujadas que son simples caricaturas de aves”. Aunque los defensores de los animales le imploraron que reiterara sus opiniones después de que pasó a ser papa, no lo hizo.
En cambio, cuando Francisco habló, en El gozo del Evangelio, de “seres indefensos a merced de intereses económicos o de una explotación indiscriminada”, pareció referirse a los animales criados en granjas industriales.
Ahora, en Laudatio Si, cita el pasaje del Evangelio de Lucas en el que Jesús dice de las aves que “Dios no olvida a ninguna”. Después pregunta: “Entonces, ¿cómo podemos hacerles daño?” Es una pregunta idónea, porque en efecto las maltratamos, y a gran escala.
La mayoría de católicos participan en dicho maltrato, algunos criando gallinas y pavos de manera que procuren el máximo beneficio y reduciendo su bienestar, y muchos más comprando productos de granjas industriales. Si el Papa cambia eso, habrá hecho más bien que ningún otro papa reciente.
PETER SINGER
